miércoles, 23 de abril de 2008

notapreliminar

Me dijo alguna vez una profesora, con un sentido de lo didáctico bastante retorcido, que lo que empieza mal termina mal. No sólo se equivocaba, vieja peliteñida, porque pasé ese año y nunca perdí uno, sino también porque lo que empieza mal puede terminar bien o al contrario.

Nunca creí en la teoría trágica y minimal de los griegos del destino marcado desde el nacimiento. Pero si creo en las primeras impresiones que se tienen de la gente (tenebrosa iconoclastía). Lastimosamente (y afortunadamente también) todo el tiempo compruebo que lo primero que pienso de una persona resulta siendo cierto. Mis grandes amigos me parecieron personas interesantes desde que las vi, igual que las personas que no me caen, ni bien ni mal, simplemente no me caen y nunca me caerán.

Por eso creo que a veces las personas vienen con una configuración de fábrica, igual que las circunstancias. Y no quiere decir que lo que empieza mal termine mal, ni bien, ni tampoco que no termine. Sólo que lo que es, es y nunca dejará de ser. Así como las personas: el suicida o el mitómano, el soñador o el ingenuo. Ya va en cada uno enmascararse.


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