domingo, 27 de julio de 2008

marconollora

Marco no pudo contener las lágrimas. Mientras ella se alejaba siguiendo el camino de ladrillo, él lloraba. No podía contener los sollozos y de pronto, sentado solo en su carro, empezó a escuchar su propio lamento. Agarró el timon con las dos manos y apoyó la frente contra el. Mientras veía sus rodillas notó también que sus lágrimas empezaban a caer pesadas sobre su jean. Ya casi no podía respirar. Esa congestión propia del llanto empezaba a obstruír su nariz. Sentía cómo se enrojecían sus mejillas, cómo empezaba a sentir un calor no muy familiar en la cara, cómo ella se alejaba por el camino de ladrillo.

Alzó la cabeza y miró por la ventana. El sol de las 6 de la tarde iluminaba naranja la fachada blanca. Ella ya no estaba. Nunca más iba a estar. Pero Marco fijó su mirada borrosa en la puerta esperando que apareciera.

Ya no era más, se había convertido en un fantasma.

Y mientras el sollozo se iba calmando y las lágrimas se secaban en sus mejillas, respiró hondo. Se miró en el espejo retrovisor y vió sus ojos inyectados de tristeza. Cogió con sus dedos el final de su manga y se la pasó por las mejillas, por la nariz. Cerró los ojos mientras se peinaba y sentía su respiración agitada.

El sol de las 6 de la tarde iluminaba naranja la fachada blanca y desde ese día Marco no volvió a llorar.


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