De nuevo me levanté con sed el día en que me iba a morir. Muero cada dos o tres semanas. A veces más seguido. Esta vez eran las tres de la mañana y tenía unas ganas incontenibles de Coca-Cola. Luego de suplir el deseo me acosté y vi cómo por mi ventana entraba ella, con un velo negro que ondeaba con el viento. Y me mira. Y me dice que otra vez llegó la hora. Y sé que me va a doler.
Amanecí acostado en mi cama como si nada hubiera pasado. Pero estaba sangrando por dentro.
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